Esta es la historia de la mi primer experiencia como espectadora de un partido de fútbol. Machistas, abstenerse. Expertos en fútbol, empatía.
El sol brillaba desde temprano y la temperatura era ideal para que
todos los enamorados- y los no enamorados que están en pareja- salgan a
contagiar toda la emoción que, un poco por la excusa comercial del Día de San
Valentín, sentían en el aire y en sus corazones.
¿Y los solteros? Hay de todo tipo; los "piratas", los del corazón
partido, y quienes no pertenecen a ninguno de esos grupos. Ellos también
celebraron el día; haciendo algo productivo o bien matando el tiempo con algún
amigo o familiar. Hay infinidad de opciones. Un día como el de ayer era
propicio para, por ejemplo, ir a la cancha a alentar a tu equipo.
Los apasionados del fútbol, un sábado a la tarde es todo un
ritual. Una ceremonia que empieza apenas cuando abren los ojos a la mañana -o
al mediodía- y que concluye al finalizar el partido de su equipo de
preferencia, o incluso mucho después del mismo, festejando o ahogando penas
según el resultado.
Los apasionados de todo, menos del fútbol o cualquier otro deporte,
sienten que la cancha representa algo así como un universo desconocido, los
jugadores unos estrategas detrás de un objetivo aparentemente claro y los
hinchas, un fuego que por alguna razón quiere abrazar todo.
Mi caso fue bastante particular. Milena, una amiga mía que se
embebió en el fútbol prácticamente desde los pañales, me insistió desde hace
dos años para que asista a la cancha con ella algún día a sentir la pasión del
“Gallo”. Si, Morón. Club Deportivo Morón. Ayer, por fin, acepté.
*De izq a der*Milena, abuelo, yo. |
La “previa” al partido suele ser una reunión con amigos, unos
cuantos Tetra-Pak de Termidor, muchas ganas de alentar a tu equipo y de verlo
triunfar ante el contrincante que, según los hinchas son sus “hijos”.
En mi caso, hacia las 17 horas -el partido era 19.30- me dirigí
hacia la casa de los abuelos de mi amiga. Había mate, snacks de queso y
totaditas de pan de salvado con queso untable. No faltaron las charlas con los
familiares de Mile.
Necesitábamos una ayuda burocrática de urgencia de una conocida.
El mundo posmoderno estaba contra nuestro por lo que las comunicaciones no
funcionaban. Recordé la herramienta de “Páginas blancas” para encontrar
teléfonos particulares y cumplimos nuestro objetivo.
Milena me facilitó una prenda deportiva con el distintivo del
equipo. Chomba. Remera. Casaca. Lo que sea. Partimos hacia el Estadio Francisco
Urbano. Carné de socio listo. Relato de ESPN en radio listo. Nosotras: Más que
listas.
La entrada a la cancha es toda una odisea, desde la mirada de
quien nunca fue a este tipo de eventos. Hacia dos o tres cuadras antes de
llegar a las puertas de ingreso, la horda de hinchas que van llegando y que se
suman a corear las canciones de aliento de su equipo.
“Gallo, gallo de mi vida, vos sos
la alegría de mi corazonnnn” esbozan los hinchas a todo pulmón, con palmas y
camisetas que bambolean en el aire al zon del canto. Todos se sienten “en su
salsa”, menos quienes se introducen a ese mundo inédito. O sea, yo. Hubiera
sonado muy descolocado un “WOO HOO” bien agudo entre toda la multitud de
machos.
Una vez adentro del predio, nos aproximamos a nuestros asientos
–por supuesto, siguiendo con mi preferencia de estar sentada para tener una
vista envidiable.
Elegir entre platea y popular siempre es una difícil decisión. Es
como en los recitales. Obviamente la efusividad está en campo. Los fanáticos
eligen campo/popular. Yo quería apreciar todo más claramente en esta ocasión,
así que la elección estaba definida.
Es un poco molesto -y triste- que sólo pueda asistir al evento el
público local. El visitante también tiene derecho a alentar a su equipo, y no
porque algunas personas no sepan disfrutar genuinamente el fútbol, otros tengan
que privarse de estar presentes simultáneamente. Por suerte, habrá un cambio
próximo.
Al comenzar el partido, ya surgieron mis dudas, por lo que procuré
susurrarle todo a mi compañera de mi izquierda, quien me contestaba con
amabilidad o me miraba con aires de “no podés preguntarme eso, tenés problemas
con el fútbol”.
Tribuna popular durante el entretiempo. |
Pasados los primeros 45 minutos del juego, nada interesante había
sucedido. La posesión de la pelota era pareja. El equipo contrincante,
Deportivo Merlo, estaba a la defensiva, y nuestros aliados no lograban
inmiscuirse para atacar.
La segunda mitad del partido fue más movida, y la sangre corrió
más caliente y con más presión. A los 48 minutos de juego, Merlo anotó un gol,
por parte de Rodríguez. No fue un gol muy impresionante, no era imposible de
atajar. Fue una falta de resolución por parte del arquero de Morón. La gente,
irradiaba furia. Ante esto, los jugadores respondieron inmediatamente.
A los 52 minutos, según el árbitro, un jugador Merlo cometió una
falta contra otro de Morón dentro del área, con lo cuál correspondió penal. Con
esto, Toledo marcó un gol para Morón. El público, extasiado, incluyéndome.
Es inevitable seguir la corriente y sentir felicidad en el pecho
como todos a saber que tu equipo está a solo un paso de la gran victoria.
Muchos podrían pensar que por ser un primer partido no se puede apreciar eso,
mas no depende de hace cuánto sigas algo. Si el sentimiento, aunque incipiente,
existe, existe.
El partido culminó en un empate. Morón amago varias veces a otro
gol, que marcaría el triunfo, pero Merlo se supo defender, y el arquero estaba atento
continuamente porque la pelota podía aproximarse cuando sea. Su contrapartida
no tuvo esa necesidad.
Más allá del resultado, Milena me comentó que el hecho de haberme
incorporado hizo que no se lamente tanto. No hay que olvidar que ganamos un
punto. Es algo. Y algo siempre es mejor que nada.
Salimos del establecimiento y nos dirigimos al colectivo que nos
llevaría a mi casa. Llegamos y pedimos una muzza grande. Luego se sumó otra amiga,
Camila, y la noche completó un sábado único.